martes, 9 de marzo de 2010

Ciudad Espectacular... sin Espectaculares

En la Ciudad de México, como en muchas grandes ciudades del mundo, una de las fuentes de contaminación más prevalentes es la contaminación visual. Si bien esta es solamente estética, el impacto anímico que tiene en las personas es innegable.

Los anuncios espectaculares (o billboards) no solo hacen que la ciudad se vea sucia y más caótica de lo que de por si ya es. Además de esto, son peligrosos, como lo han demostrado tantos anuncios derribados durante vendabales, por no mencionar que en algunas circunstancias pueden ser una distracción para los automovilistas.

Para acabarla de fregar, los que tenemos experiencia en el medio de la publicidad sabemos que no son ni remotamente tan efectivos como otras formas más limpias de anunciarse. Tal vez cuesten menos que un anuncio en TV, radio, cine, incluso Internet. Pero el costo por impacto, o sea, el precio dividido entre el número de personas que ven mi anuncio, es radicalmente mayor que el de otros medios.

¿Porqué no los retiran? Mucho se ha hablado en la Ciudad de México de ordenarlos, limitarlos, o reducir sus números. Pero eso son solucioncitas de medio gas.

En Sao Paulo, Brasil, el alcalde Gilberto Kassab ordenó que se retiraran todos los anuncios espectaculares, quedando los pocos restantes limitados drásticamente en cuanto a tamaño y colocación. En este video se puede ver el resultado.


¿Puede pasar algo así en la Ciudad de México? Kassab hizo esto no sin cierto riesgo político. La pregunta es si los gobernantes mexicanos están dispuestos a correr el mismo riesgo. Los publicistas y anunciantes de Sao Paulo pusieron el grito en el cielo. Sus ingresos se iban a ver drásticamente mermados, argumentaban. Y los dueños de los negocios decían que ya no iban a poder atraer clientes. La realidad, según demuestran los resultados en Sao Paulo, es otra. Y la gente apreuba la medida. Por lo menos el 70% está de acuerdo en que se hayan quitado los espectaculares.

Veo dos obstáculos principales para que ocura lo mismo en el Distrito Federal: primero, que si se ordena lo mismo, los dueños de los espectaculares se ampararán, argumentando que se está poniendo en riesgo su sustento; y segundo, y acaso más importante, que estoy seguro que muchos politiquillos están que se les cuecen las habas para que llegue la época de campañas electorales para poder ver sus carotas estampadas en los espectaculares de la ciudad.

Ojalá algún día la Ciudad de México, que opino es más bonita que Sao Paulo, pueda de verdad verse como se debe ver: limpia y en orden.

jueves, 4 de marzo de 2010

Futuro Prometedor

Después de varios días donde no pasaba nada en el frente laboral (por lo menos en lo que a mi respecta), me han salido al paso por lo menos dos entrevistas de trabajo. Tal vez no salga nada de ellas, pero ya el sólo hecho de tenerlas me da una bienvenida dósis de aliento. Y no es para menos: llevaba yo ya casi tres meses de no tener noticias de nada ni de nadie. Pocas cosas resultan más cansadas que estar sentado a la expectativa de algo que nada más no llega.

De las entrevistas, ¿saldrá trabajo? No sé. La verdad, no quiero ni siquiera hacerme a la idea de que si, o de que no. Neutralidad total. Pero veo el panorama general y noto como las cosas se van calentando en diversos mercados. Los sitios con ofertas de empleo ya no ponen diez o doce anuncios, sino veinte o treinta, y cada día más. En los últimos días he recibido tres llamadas telefónicas que me dan esperanzas de poder conseguir trabajo pronto. Y amigos que están en las mismas condiciones que yo también comienzan a recibir ofertas. Nadie tiene trabajo aún, pero donde antes nadie escuchaba nada, ahora poco a poco comenzamos a recibir indicios de que las cosas mejoran.

Deseenme suerte.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Venderle hielo a los Esquimales

Este texto va con el perdón de mi amigo Conor Woodman.

La frase "venderle hielo a los esquimales" se usa mucho en ventas y mercadotécnia. Cuchillo sin mango, la frase en cuestión. Por un lado, podría considerarse poco brillante la idea de venderle hielo a los esquimales, pues viven rodeados de este. Por otro lado, quien lo logre será considerado como un brillante vendedor.

Tenemos pues una actividad que uno sería muy idiota si decide tomarla, pero un genio si logra llevarla a buen término.

Lo mismo se puede decir de muchas actividades, pero concentrémonos en la venta de hielo a los esquimales.

Estudiémoslo con cuidado: ¿que tan cierto es eso de que los esquimales no necesitan hielo? Claro que lo necesitan. Después de todo, de eso construyen sus iglús. Claro, hay hielo por todos lados en el Ártico, pero siempre habrá mercado para algo nuevo, siempre y cuando sea más fuerte, más ligero, más barato, de colores, o cualquier otra variación. Los esquimales no tienen el monopolio sobre el hielo. Identificar un nuevo mercado no necesita ser revolucionario - una diferencia sutil es suficiente. El esquimal necesita hielo: yo solo debo convencerlo de que es mi hielo el que quiere, que mi hielo es mejor que el que está usando hoy por hoy.

Y ya sabemos que lo necesita, por lo menos como material de construcción. Difícil sería venderlo (como tal) a algún no esquimal, tanto como sería difícil venderle otro material de construcción a un esquimal.

Nada, absolutamente nada, evita que le vendamos hielo a los esquimales, o especias a los hindús, o carne de res a los argentinos, o pasta a los italianos, o cerveza a los alemanes....